Descolonización, coyuntura y perspectivas indianistas-kataristas1
Pedro Portugal
Yo quisiera dar un enfoque histórico. Para ello hay que ser precisos, en especial en un concepto que está en vigencia: la descolonización. Cuando el contexto en que se maneja determinado concepto es ambiguo o indeciso, éste tiende a reflejar esa realidad y actualmente vivimos en Bolivia circunstancias indefinidas y confusas.
En lo que se refiere a la descolonización, esta situación puede llegar a esterilizar la potencialidad que implica este concepto o a generar efectos perversos que pueden concluir en situaciones peores a las que se quiere remediar.
En realidad, no podemos hablar de descolonización si no incluimos la realidad boliviana en un marco histórico local y mundial. La tendencia actual es tratar la descolonización como un fenómeno sustancial y específico a nuestra realidad y de características puramente ideológicas. De ahí el afán de identificar lo indígena con actos puramente rituales y simbólicos y la importancia que empieza a cobrar en el discurso oficial una pseudo interpretación indígena de la vida y de la sociedad, más conocida como pachamamismo.
Debemos constatar que si bien las poblaciones indígenas en nuestro continente han sido las primeras en ser colonizadas – a partir de 1492 -, no han sido las únicas en sufrir ese atropello. Europa ha colonizado después África y Asia; se ha enseñoreado en todo el mundo. Y, después de la colonización sucedió la descolonización, mediante la cual los pueblos oprimidos reconquistaron su independencia.
Así como la colonización es parte de un proceso histórico mundial, la descolonización es también un transcurso general. En resumidas cuentas, ¿qué significa la descolonización? Simplemente que las poblaciones desposeídas del dominio, del control, de su propia realidad, lo retoman: llegan a ser naciones independientes.
Este proceso de autodeterminación es el que escamotea la actual política “descolonizadora” del gobierno boliviano. Al ser compleja una real política descolonizadora es más cómodo hacer que el propio estado boliviano colonizador “descolonise” a las naciones subyugadas. Pero, ¿así se descoloniza o se perpetúa más bien la situación colonial en este país?
Por ello, es comprensible que cuando el MAS y Evo Morales se refieren a la descolonización, ese discurso omite las experiencias históricas de descolonización de otros pueblos. En Bolivia, actualmente, la descolonización es asunto de conferencias, de postgrados académicos y de diplomas y no un asunto de movilización de pueblos por recuperar su autonomía y su gobierno propio.
Tenemos, pues, un problema pendiente que no se ha resuelto históricamente. En Bolivia los pueblos originarios han sido invadidos y colonizados y han resistido y luchado por liberarse de ese yugo, pero no lograron expulsar a los españoles y establecer su independencia. La “independencia” ha sido obra de los criollos, de los hijos de los españoles, quienes mantuvieron y en muchos casos empeoraron la situación colonial en estas tierras.
Vemos, en consecuencia, que el problema colonial se desprende de la ocupación y desestructuración del Tawantinsuyu, que comprende principalmente a los actuales aymaras y quechuas. Sin embargo, en la política autonómica del actual gobierno que habla de 36 naciones originarias, ¡no tienen “territorio comunitario de origen” las naciones aymara o quechua!
Ese es el eje del problema colonial en Bolivia. Y es respecto a este eje que el actual gobierno va a definir si tiene una aproximación coherente con los principios que reclama.
Si hacemos un balance histórico, todos los movimientos surgidos de los pueblos originarios – políticos, sociales, guerreros -, han sido esfuerzos por recuperar su autonomía y su autogobierno. En la época contemporánea eso representa el surgimiento del indianismo y del katarismo: Formas contemporáneas para poner fin a una anomalía histórica vigente en Bolivia, como también en muchos países de América. Eso explica las semejanzas y las diferencias entre indianistas y kataristas.
Existe una línea histórica desde las primeros movimientos contra la ocupación española, liderizados por Manco II, pasando por la revoluciones de Tupak Katari, Tupac Amaru, Zárate Willka, la república aymara de Laureano Machaca, hasta el nacimiento del MITKA y del MRTK en la segunda mitad del siglo XX y el cerco a la ciudad de La Paz del año 2000, por sólo citar algunos hechos históricos.
El MITKA y el MRTK fueron las primeras formas políticas que se demostraron viables en el esfuerzo originario por alcanzar el poder, vendría luego el Movimiento Indígena Pachakuti, MIP. Los esfuerzos de esos partidos por llegar al Parlamento y pugnar por la presidencia de Bolivia, son formas de recuperar el derecho de administración y de gobierno para sus pueblos. Pero sólo tuvieron magros resultados en ese esfuerzo y fallaron en el objetivo general de descolonización. Es necesario hacer un balance de esa frustración, pues en este momento tan conflictivo, las expectativas que despertó el MAS también pueden fallar.
Los movimientos históricos mundiales de descolonización se iniciaron con una valoración de la identidad, pues la colonización para asentar su dominio buscó siempre cambiar el cerebro del colonizado. Si el colonizado pierde su identidad, fácilmente puede aceptar una situación injusta. Cuando el colonizador blanquea la mente de los supeditados, cuando les hace renegar de su identidad y les hace creer que la única manera posible de existir es copiando al colonizador, entonces el peso de colonización es ineluctable.
Por eso, las rupturas descolonizadoras se iniciarán siempre como una toma de identidad. Ese reasumir una identidad es drástico, radical. Se acentúa un retorno al origen; se exalta el pasado; se ensalza, incluso, el color de la piel discriminada. Pero todo esto es solamente un episodio inicial en la descolonización. Constatar las diferencias y enorgullecerse de lo que antes uno se avergonzaba, es el preámbulo que predispone al combate político y social, el único que conquista derechos y que logra victorias.
Ahora bien, parece que no hemos superado esta primera fase; nos hemos estancado en esta primera grada del proceso descolonizador. Cuando el indianismo y el katarismo fueron protagonistas, constatamos que el indianismo se caracterizaba por la revalorización de los aspectos simbólico - rituales de la identidad indígena. Tenía una preocupación especial en la innovación conceptual y en el aspecto formal diferenciador del mundo q’ara. El indianismo era portavoz y defensor del exclusivismo indígena y de lo que ahora conocemos como pachamamismo.
El katarismo era, en cierto modo, una reacción a esa tendencia, reacción alentada y alimentada por las ONG’s, iglesias y grupos políticos q’aras. El katarismo subestimaba el factor identitario y privilegiaba la relación con los sectores criollos más proclives a entender los derechos indígenas, proclamando una inserción en las luchas sociales, especialmente a través del sindicalismo campesino y de la vida política boliviana.
Podrían parecernos alternativas antagónicas, pero el indianismo y el katarismo eran dos facetas de la misma moneda del estancamiento en la primera fase descolonizadora: Los unos elogiando y fosilizando el culturalismo indígena y los otros, traumatizados y buscando exorcizar todo lo que pudiera identificarlos como indios diferentes a los q’aras. Aquí una pequeña digresión. Es curioso que algunos kataristas que entonces desprestigiaban al indianismo por estos aspectos, estén ahora reproduciendo los dislates indianistas llevándolos a niveles caricaturescos, respecto a una supuesta cosmo visión andina que ha reemplazado en su política el acendrado sindicalismo pro occidental que antes los caracterizaba. A la inversa, ahora muchos indianistas incursionan en el terreno sociológico clásico y profundizan en la ciencia histórica, aspectos que antes desdeñaban y calificaban de alienación occidentalizada.
Es, en consecuencia, la parálisis en el tema identitario la que puede explicar el fracaso político de indianistas y kataristas y el hecho de que una organización, el MAS y un líder, Evo Morales, hayan logrado, esgrimiendo banderas ajenas, el poder que otros tanto ansiaban.
Es conocido que ni el MAS ni Evo Morales hicieron parte del movimiento indígena. Su actitud hacia ese movimiento fue siempre despectiva. Sin embargo, el Evo sindicalista y occidentalizado, que motejaba de “volver al ch’unch’u pacha” los planteamientos indianistas, terminó vistiéndose exóticamente (como en Tiwanaku) y pugnando ser reconocido, sobre todo en el exterior, como “líder espiritual” indígena.
¿Qué sucedió? El entorno que hizo a Evo presidente y que ahora gobierna en su nombre, se dio cuenta de que tenía en sus manos un billete premiado: el origen y el rostro de su presidente. Y se apresuraron en cobrar ese billete, haciéndole jugar roles que seguramente nunca se había imaginado. Así, se recuperan banderas indianistas y kataristas, pero sólo en el plano simbólico y de discurso, pues el resto de la política sigue pautas más bolivianistas.
En el discurso de este “gobierno indígena”, el indígena es sinónimo de cosmovisión diferente, de universo cultural exótico, curioso y delicado que puede salvar a la humanidad. Es un discurso construido y que sólo puede ser defendido y argumentado por los no indígenas. Por ello, quienes elaboran ese discurso y lo administran no son los luchadores sociales, los dirigentes campesinos, los combatientes indianistas y kataristas, ni siquiera los profesionales de origen indígena, sino una casta de criollos neo indigenistas, esotéricos e imaginativos desempleados que, justamente, han logrado así encontrar empleo en este nuevo gobierno.
Ese discurso parece destinado más a paralizar una verdadera descolonización que a dar respuesta a las expectativas de nuestros pueblos. Además, desvía la reflexión teórica y política de muchos cuadros e intelectuales indígenas, continuando así el rol alienador de toda política colonial. De igual manera que antes había indígenas que repetían como loros los códigos de higiene y buena urbanidad que sus amos les dictaban, hay ahora indígenas que corean desatinos pseudo ambientalistas y ocultistas, como si fuesen evidencias de nuestras culturas y sociedades.
Este desvarío conceptual puede tener repercusiones graves. Los programas del gobierno tratan ahora de la existencia en Bolivia de 36 supuestas naciones indígenas. Veíamos que el referente histórico para la reivindicación nacional no puede ser otro que el Tawantinsuyo, el Qollasuyo. Entonces, cuando se parcializa la identidad indígena en supuestas identidades nacionales (en ese esfuerzo se puede inventar la cantidad de “naciones” que se quieran) se soslaya la solución del problema colonial al fortalecer la única entidad que puede “administrar” a las dispersas entidades indígenas, es decir al Estado boliviano, que es un Estado colonial así se le llame ahora “plurinacional”.
De manera perversa, al querer escamotear el antagonismo entre Bolivia y los indígenas, en realidad se crean otros nuevos. Al provocar el surgimiento de espurias identidades indígenas (los lecos, por ejemplo) se prepara el terreno a futuros conflictos disgregadores que confirmarán la inviabilidad del Estado boliviano.
Este panorama de improvisación política y de jolgorio doctrinal, obliga a kataristas e indianistas a tomar iniciativas políticas. Ya no se trata de seguir llorando ni de jugar a los exóticos, se trata de elaborar proyectos serios y de tomar el poder.
Se trata de concretar una liberación nacional, de lograr la descolonización. Y la descolonización no es cuestión de conjuros ni de fórmulas mágicas, si no de implementar políticas. Y para ello tenemos que dar los pasos siguientes a la afirmación de nuestra identidad cultural. Debemos conocer al resto del mundo y saber qué poder ejerce sobre nosotros ese resto del mundo. Ese conocimiento no será posible si nos refugiamos en una supuesta diferencia sustancial entre nosotros y los otros, pues cuando sobrevaloramos ficticiamente nuestra identidad dejamos de ejercer poder sobre lo concreto, dejando a otros la responsabilidad y el privilegio de gobernarnos. Es decir, jugamos el rol que precisamente desea el colonizador. ¿Acaso no podemos darnos cuenta que es el occidente el que genera el mito del indígena fusionado con la naturaleza, del indígena bueno que está más allá del bien y del mal, que se comunica gentilmente con las plantas y los pajaritos?
Esos mitos contradicen lo que es la vida real de nuestros pueblos, de nuestras comunidades y nos aleja de la administración del poder. ¡Y por eso tenemos como resultado justamente lo que nos quejamos! Protestamos porque los operadores de este gobierno no son indígenas, mientras que como indígenas simplemente jugamos dócilmente el rol que el discurso de ese funcionario de gobierno nos reserva.
En definitiva, se trata de ser indígenas contemporáneos. Los héroes a los que nos referimos, por ejemplo Tupak Katari, hicieron su rebelión según los términos y condicionamientos de su momento histórico. Todos los movimientos indígenas, de los que buscamos nutrirnos, fueron respuestas concretas a situaciones concretas. Debemos referirnos a nuestro pasado, pero sólo si lo proyectamos al futuro.
El actual “proceso de cambio” si tiene algún mérito es el de crear las condiciones para una auténtica descolonización. Aunque no pueda dar las respuestas, está generando la necesidad de esas respuestas. No puede dar respuestas porque es demasiada ambigua y confusa. Busca contentar a todo el mundo para confortar su poder, así sea aliándose con la Unión Juvenil Cruceñista y, al mismo tiempo, disfrazando a nuestro presidente en sus ceremonias de entronización en Tiwanaku; aún a costa de la demagogia y del descrédito. Habla contra el capitalismo y “le tiembla” a los empresarios privados. Declama folklóricos discursos descolonizadores y pugna por que la elección de Miss Universo sea en Bolivia.
Sin embargo, si este gobierno está apocado para provocar rupturas, si está – incluso en sus desaciertos, o quizás debido a ellos – creando panoramas de futuros quiebres. Que estos no sean desastrosos y perjudiciales para todos, sino liberadores y unificadores, depende de la nueva generación indianista y katarista. El actual gobierno, mal que mal, ha logrado que el boliviano admita que existe el indígena. Ello eso un reto. Y nosotros tenemos que admitir también que los bolivianos existen. La situación es pues compleja, pues no solamente existe Bolivia y los bolivianos; existe también Latinoamérica y el mundo y existen contradicciones internacionales y existen posicionamientos. Si no nos ubicamos en ese contexto, no lograremos la descolonización y la liberación nacional. Muchas gracias.
1 El autor es director del mensual Pukara. El texto es trascripción, corregida y aumentada, de su intervención en las Conferencias sobre Coyuntura e Historia, realizadas en el MUSEF, La Paz, del 10 al 12 de abril del 2010.
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